lunes, noviembre 28, 2005

Lumiere, pt. 1

Crei ver una figura iluminada en la esquina de la habitación. Mi instinto me obligó a buscar mas detalladamente en ese rincón en el que por muchos años no ha existido nada. El polvo acumulado durante cinco lustros causaría suficiente opacidad en esa área para impedir que brillara incluso la estrella más centellante. Tras sacudir un poco el lugar, descubrí una misteriosa ampolleta de cristal cortado. Solitaria, frágil, hermosa. Nunca imaginaría que una belleza como tal se escondería entre tanta roña. Sin pensarlo demasiado procedí a limpiar mi nuevo tesoro. La sumergí en baños de agua tibia, tallando suavemente con mis dedos cualquier indicio de impureza que pudiese haber quedado. Y con el mismo cariño y precaución, la guardé en el viejo cofre de cedro que me regaló mi abuela cuando cumplí mis nueve años.

El cofre, según mi abuela, había pertenecido al teniente Agustín Franco, héroe local de la comunidad en la que creció mi abuela. El teniente, aparentemente, utilizaba el pequeño cofre para salvaguardar las cartas que le enviaba su esposa en tiempos de guerra, tiempos de incertidumbre, de miedo, y de dolor; relatos de pasion, fuente de esperanzas. En fin, durante todos estos años había yo conservado aquel cofre, esperando algún día poder encontrar un tesoro propio. Y aquel día, hundido en mi soledad y refugiado en las sombras de los recuerdos, encontré entre montones de porquería, a la figura que desde aquel día sería la posesión más preciada del mundo: era el amor.

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