miércoles, julio 04, 2007

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Una vez escribí una carta bonita que nunca me animé a enviarte. Era por aquellos tiempos en que todavía nos frecuentábamos, cuando todavía teníamos respeto mutuo, y cuando no nos atacábamos después de cada suspiro. En fin, esos tiempos terminaron y esa carta hoy descansa junto con tus regalos y tus fotografías, escondidos, empolvados y olvidados en algun lugar de mi habitación. No quise recordarte hoy, pero las olas del mar y el olor del cigarro me obligaron a hacerlo. Recordé por un instante la época en que mi alma brillaba al sentirte cerca, y mis vellos se erguían al sentir tu aura.

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Es bonito ser introvertido. Quizás varias personas me miren sentado, sólo, observando el infinito y se pregunten por qué lo hago, por qué no estoy con mis amigos, por qué no leo un libro o escucho algo de música. Lo cierto es que en ocasiones mi mente es capaz de sorprenderme con emociones y pensamientos que se generan mediante la amplificación y transformación de algún estímulo captado por mis órganos sensoriales. Así, a lo largo del tiempo me he entrenado para maravillarme con cosas tan sencillas como el brillar de una estrella huérfana abandonada en el horizonte, o la amargura caliente de un espresso doble en mi paladar. Aún cuando experiencias solitarias y simples pueden causar tormentas de emociones, las combinaciones correctas de múltiples estímulos complejos pueden producir sensaciones de intensidad infinitamente variable. Ni hablar del sexo.